El poema innumerable (presente imperfecto)




Una cosa que recuerdo de mi infancia es lo mucho que les preocupaba a mis padres que me fuera a ir por ahí con algún desconocido y acabase perdido o secuestrado o alistado en el ejército. No sé. Recuerdo perfectamente a mi madre diciéndome "ni se te ocurra irte por ahí con alguien", y también "mucho cuidado con los desconocidos, Carlos". A mí, que de lo vergonzoso que era no sacaba las manos de los bolsillos ni levantaba la vista del suelo, a mí, que de tímido ni me salía de las rayas al colorear. 


Ocurre que, después, de tanto usar la timidez se me dio de sí. Y ya no me cabía en el pecho ni en la forma de mirar ni en la forma de reír ni en la forma de comerme el mundo. Y así acabé en los recitales y las librerías y los bares y en los rincones oscuros de sus ojos y en los portales obscenos de Madrid. Así acabé entre bastidores y en mitad de la batalla. Así acabé desconocido y valiente. Yéndome por ahí con alguien. Así acabé insecuestrable. Así acabé perdido en las madrugadas y en los días convexos y entre sus labios. Y con vistas al precipicio del aventurarse. Así acabé en el corazón de los libros que alguna vez han hablado de mí. Así acabé sinvergüenza. Y sin paracaídas. Y sin fondo. 

Así. 

Acabé. 

Tan pleno y tan osado y tan lleno de ganas de escribir un poema innumerable.



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