El oficio de ser nieto

 



Era una mañana fría de otoño en el cementerio de Segunto, un camposanto de cipreses cansados y verde aquelarre. Augusto Márquez se encontraba frente a la tumba de su abuelo Eduardo justo debajo del cielo abierto, recordando cómo fue la niñez de sentarse en su regazo a hacer muñecos de hierba y alambre. 


El abuelo de Augusto Márquez había muerto aquel año, de viejo y de desdichado; ejecutado por una turba de Seguntinos que le culpaba por la llegada de la tecnología a la aldea. "Desde que Eduardo compró la radio todo han sido desgracias", decían. "Ha venido la radio y ha dejado de llover lo suficiente", se oía. Incluso hay quien se aventuraba a anunciar: "Los niños de hoy han perdido el respeto a sus mayores, y es por la radio de Eduardo, claro está".


Años después se crearía en Segunto la profesión artesanal de maestro de martiraje; encargado de crear muñecos de paja y metal, semejantes a espantapájaros, con que las marabuntas de vecinos enfadados pudieran ensañarse como respuesta a sus miserias. Evitando así que ningún ciudadano del pueblo hubiera de morir en sacrificio público. 


Augusto Márquez fue el primero en presentarse para el puesto; en su opinión, una década tarde. 



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